viernes, noviembre 25, 2011

Preguntas frecuentes.


Cambio de tercio.

¿Qué esperáis? Ya hay miles de discursos, ensayos y escritos sobre la mentira en la que todos estamos resignados a vivir.
¿Por qué nos extraña estar deprimidos? ¿Por qué nos extraña estar frustrados e impotentes?
Porque decidimos prepararnos para vivir un sueño común para todos. Imposible para todos.

Todos, o la inmensa (o inmersa) mayoría, soñamos vivir en una casa propia. Que paguemos con nuestro trabajo. Trabajo con el cual demos de comer a nuestros hijos, paguemos nuestras facturas, llevemos a nuestra pareja a dar un paseo por el centro de nuestra ciudad para luego ir a cenar a un restaurante de comida rápida.
Trabajo que sea la traducción de años de esfuerzo y sacrificio invertidos en una etapa de formación académica. Donde encontremos los valores que nos sirvan como herramientas para desempeñar las labores para las que nos han preparen y nos dejen elegir teniendo en cuenta nuestras facultades, aptitudes y proyectos.

Todos, o la inmersa mayoría, soñamos con aportar al mundo un granito de arena que lo haga un sitio más habitable y alentador. Dejar tras nuestra muerte una herencia de la que estemos orgullosos porque significa para nosotros el rastro de nuestras huellas. Marcadas por momentos que nos exijan un nivel de valentía, de atrevimiento, de creatividad, esfuerzo, ingenio y voluntad.

Todos aspiramos a ser, desde el punto en el que podamos, admirables y objeto de recuerdo.

Todos concentramos nuestras expectativas y fuerzas en nuestros sueños. Pues así nos han educado. Así nos han enseñado a vivir.

No creo que sea yo el único que alrededor vea sólo falacias. Sombras chinas de un teatrillo que han proyectado sobre nuestras mentes.

¿Cómo, con un sistema educativo basado en el resultado, puedo yo optar a aprender a desempeñarme en un puesto laboral que ni tan siquiera sé si existe?
¿Cómo, con un sistema económico que exige de mí más de lo que puedo ofrecer, puedo yo plantear el proyecto de mis años venideros? Si ni tan siquiera sé si podré sufragar mis necesidades básicas la semana que viene.
¿Cómo, con un sistema político que obvia y ningunea la importancia de mi opinión, puedo yo ser un ciudadano modelo, que afronte sus derechos, deberes, responsabilidades y poderes? Si ni tan siquiera sé si quienes establecen las leyes piensan en mi bienestar y futuro.
¿Cómo, viviendo en una sociedad individualista basada en el auto-engaño y la auto-compasión, puedo yo intentar ayudar o esperar ayuda? Si ni tan siquiera sé si, en el caso de que me desmayase en mitad de una avenida abarrotada de gente, alguien se plantearía en que necesito ayuda. Si me han amaestrado para juzgar, para presuponer que quienes tengo a mi alrededor son el enemigo.
¿Cómo, acatando las órdenes de un sistema legislativo construido sobre la prohibición y el castigo, puedo yo recordar dónde vivo y a qué debo respetar? Si las leyes y normas no atienden a la lógica, el sentido común o la humanidad.
¿Cómo, perteneciendo a una generación a la que han protegido para que no nos enterásemos de nada, para que nada nos influenciase, para no despertarnos el interés por los planteamientos, puedo yo saber si, sencillamente, estoy divagando diariamente sobre unas cuestiones que bien podrían ser desencadenadas por una paranoia persecutoria cuyo catalizador sea un trauma infantil?
¿Cómo, siendo testigos, víctimas, verdugos y jueces de la situación actual del mundo, puedo yo plantearme cualquier cuestión en sociedad? Si nos han incrustado en la mente la idea de que sólo hay un camino a seguir, para el cual sólo te debes plantear una colección de ideas etéreas, inalcanzables e inabarcables.
Y así conseguir que cualquier otra pregunta que lances sean sólo castillos en el aire.

¿Cómo no voy a sentir conspiranoia si todo es sorprendentemente sospechoso?

Oigo voces...
Hablan...
Hablan sin cesar.
Oigo voces en todas partes.
En la televisión, la radio, los periódicos, carteles, internet, autobuses, metro, renfe, aulas, oficinas, despachos... voces que hablan.
Nos hablan en voz baja decidiendo y ordenando.
Hablan en voz baja sin pararse a meditar, a repasar, a recordar ¿cuál era el plan?
Pero, lo que dicen, cada día da más miedo.

1 comentario:

Feisjanter dijo...

Conmovedor y enrabiante texto. Cada día que pasa y veo cómo seguimos agachando la cabeza me deprimo más. El despropósito no tiene fin